domingo, junio 14, 2015

14 Años y un Pañal (Capítulo 2)

Capítulo 2
Charly era demasiado bueno o realmente yo estaba oxidado. Resultó que todo el rato me mandaba a volar por los aires y salir del campo de batalla. Tan pronto me acercaba a su personaje, me sacudía con un montón de combos y poco podía hacer para defenderme. Controlaba a uno de los personajes más complicados del juego, al pequeño Nes, que a pesar de un regreso corto, lo compensaba con ataques rápidos y habilidades que si se sabían controlar eran demasiado furtivas.

—¡Eres demasiado bueno! –grité cuando con una patada voladora y el estruendo de una explosión mi Pikachu voló por los aires y desapareció de la pantalla.

Charly soltó la risotada y se dejó caer de espaldas en la alfombra en la que estábamos sentados. En eso, se escuchó un fuerte pedo, que era más que obvio provenía del pelirojo.  No pude evitar caer entre risas, pues todo aquello me lo provocaba.

Aunque a Charly eso no parecía darle gracia. Su rostro palideció y levantándose del piso me miró con un repentino rostro serio. Ni siquiera tuve tiempo de preguntar nada cuando cruzó la puerta de la habitación con paso rápido y salió al pasillo cerrando la puerta tras él. Ahora me encontraba solo. ¿A caso había hecho mal al reírme? Por un momento me sentí mal, quizá debía cuidar de reírme tan fuerte.

El aire olió a estiércol por un momento y no pude evitar fruncir la nariz, ese pedo había tardado en llegar, pero sí que era fuerte. Solo duró un segundo y nada más. Luego de esperar por un buen rato a Charly, con la intensión de que volviera para conseguir mi revancha, el no volvió. Así que me alejé de la consola y apagué el televisor, decidiéndome echar un ojo por el lugar con algo más de detalle.  
Examiné el librero que había visto al entrar, su parte superior estaba llena de videojuegos diferentes, la mitad de ellos parecía demasiado interesantes y me prometí revisarlos más a detalle luego. Más abajo podían verse algunas carpetas y hojas sueltas. Las tomé para verlas, algunas eran exámenes que ya había presentado también yo. Charly parecía un chico listo, todas sus notas eran excelentes y el profesor o profesora que le revisó el examen llenaba de pegatinas de estrellitas sonrientes sus exámenes. Más abajo entre los papeles encontré algunos bocetos y dibujos.

¡Que también sabe dibujar! Sí que era talentoso, muchos de sus dibujos eran realistas y otros del estilo de esas caricaturas japonesas. Luego de eso me sorprendió ver un cuadernillo colorido, la portada tenía la temática de Hora de Aventura, una serie animada que había visto antes en televisión. Pensé solo era una carpeta, pero se trataba de un libro para colorear, que al abrir noté estaba pintarrajeado con crayones, el color de los personajes se mantenía y cada página había sido firmada con crayón rojo y un grande “Charly” en la esquina.

 —No deberías estar tocando mis cosas –el pelirrojo apareció de pronto a mis espaldas, no lo había escuchado entrar.

Me sobresalté un poco y dejé rápidamente todo en su sitio. Charly seguía viéndome seriamente, ahora sus ojos estaban algo rojos, como si hubiese llorado un poco.

—Ya es tarde, iré a dormir.
—Sí, –me limité a responder —yo también debería. 
—Tú no dormirás aquí esta noche, nuevito. Marti te espera en la sala 30.
Dijo todo eso tan seriamente que no supe si lo decía de broma o no. ¿Quizá ya le caía mal? Charly se dio la vuelta y pude ver que su trasero parecía mucho más abultado que antes debajo de sus pantalones para dormir. Se dejó caer en la cama que estaba a pocos metros de la mía. Me quedé quieto viéndole por un rato hasta que pareció notarlo.
—No estoy de broma. Sala 30, al final del pasillo.

Le hice caso y caminé hasta la puerta, cuando estaba a nada de salir, el pelirrojo me gritó desde su cama;
—¡Suerte!

Salí al pasillo entre confundido y asustado, pues me había llegado la idea a la mente de que seguro Charly se había quejado de mí y me mandarían a otra habitación con otro chico. Seguí derecho por el pasillo, di la vuelta por el único camino y seguí hasta encontrar la dichosa sala con un número 30 marcado.

El lugar era solo un pequeño recibidor con una mesa cuadrada al centro, con dos sillas enfrentas a cada lado, las paredes bancas y desnudas y una lámpara en el techo. En la pared a la derecha había otras dos puertas. El lugar parecía una sala de interrogación, el señor Marti estaba sentado en una de las sillas, giró su cabeza para verme y con una sonrisa me pidió que me sentara en la otra silla.

—No temas, Gabriel. Este solo el procedimiento estándar para determinar detalles del nuevo tratamiento que tendremos sobre ti. Lo mismo que hemos hecho anteriormente con tus compañeros, la rutina, ya sabes.
—Ok, –asentí con la cabeza temeroso — entonces… ¿no me cambiará de cuarto?
—Oh, no, no. Nada de eso. Todo viene detallado aquí.
El hombre me acercó unos papeles que tenía de su lado de la mesa. Un montón de folios llenos de letras, era alguna especie de contrato…

—Es un acuerdo de confidencialidad –explicó —Deberías darte un tiempo de leerlo completo, pero en resumen, aclara que la escuela protegerá tu privacidad, nadie podrá difundir lo de tu problema de humectación, así como tú tampoco podrás difundir el de tus demás compañeros, lo que incluye toda la variedad de problemas que tratamos con ellos. Aclara cuestiones de higiene y salud de los participantes del programa y como procederemos ante ciertas circunstancias.

Asentí nuevamente con la cabeza mientras posaba mis ojos en los folios. Leí un poco por encima. Nada parecía raro, hablaba de mi problema de mojados de cama, como se me suministraría de pañales según mi caso y se me mantendría limpio mientras mi problema se corregía.  Tomé un boli y firmé donde lo indicaba el documento.

—Muy bien, te haremos llegar una copia a tu habitación.  Ahora, debemos pasar a hacer valer la cláusula del seguro.

El señor Marti pareció tensarse por un rato, me miró convaleciente, como si estuviese viendo tristemente a un perro moribundo. Había leído un poco sobre la clausula de seguro, que indicaba que el programa debía ejercer los medios preventivos para proteger la privacidad de los involucrados. Aún no entendía a lo que esto refería, pero estaba a nada de saberlo.

—¡Puedes entrar!, Tomás –dijo el hombre sin apartarme la mirada.
Por una de las dos puertas que estaban a mi lado entró un chico, flaco y un poco más bajo que yo. Con la mejillas rojas, el cabello rubio y uno intensos ojos verdes. Seguro tenía la misma edad que yo, pero se veía mucho más pequeño, por supuesto, no le ayudaba el que solo llevara puesto un pañal. Un pañal en toda regla, tal como el de un bebé llevaba un diseño de monitos sonrientes de colores azules y unas líneas rojas que se juntaban en una cuadricula al frente. Un pañal de cintas ajustadas de cada lado de la cadera del chico, no un pull-up como el que yo llevaba bajo mis pantalones.
—Los dejaré solos.

El señor se levantó de la mesa y salió por la puerta por la que yo había entrado, dejándome solo con el chico del pañal. Tomás, ese era su nombre. El chico me miró por un rato y luego acercándose a la mesa se sentó en la silla que había dejado el señor Marti. Pareció algo apenado, pues el rojo de sus mejillas aún no desaparecía, eso además del aparente frio que sentía, pues envolvía sus hombros, cruzando sus brazos tímidamente.

—Hola… -pronuncié con timidez.  
—Hey, disculpa —comenzó a decirme con la mirada hacia una de las puertas —se supone que esto es una iniciación. Intentaré recordar lo que me han dicho a mi cuando estaba en tu lugar.

El chico guardó silencio por un rato y luego prosiguió, tomando una bocanada de aire como si le fuera difícil hablar.

—Vengo solo en un pañal como símbolo de lo que no une… creo que iba así. Detrás de una de esas puertas te espera algo que no podrás recordar del todo. Se trata de la cláusula de seguro, te mantendrán ahí esta noche y grabarán todo lo que pase. La cinta resultante será almacenada como seguro. Si hablas del programa, el contenido de la cinta será revelado al mundo.
Todo lo que el chico decía comenzaba a asustarme, sin embargo sentía que podía confiar en él, después de todo, estaba en solo un pañal.
—¿Van a hacerme algo malo?
—No, no… bueno, depende de lo que consideres malo.
El chico pareció perder un poco la timidez con esa pregunta.
—Estarás bien, la mayoría de nosotros no recuerda mucho de lo que pasa ahí adentro. Solo te diré que no deberías temer, disfrútalo un poco y pasará. Si te resulta complicado, puedes intentar ir de a poco.
—¿Ir de a poco?
—Sí, me entenderás luego.
El chico se levantó de la mesa y se acercó a una de las puertas.
—Debes entrar ahí, te estarán esperando. Una vez que esta noche acabe, estarás bien.
Me levanté y lo seguí a la puerta. Me animó a abrirla. Al entrar al lugar me di cuenta de que algo había de extraño en ese lugar. Parecía la habitación de un bebé, pero enorme. Una cuna-cama al fondo, una alfombra de colores y paredes pintadas con personajes infantiles. Juguetes por todos lados y en una esquina una pila de pañales y un enorme cambiador.
La puerta se cerró tras de mí y pude escuchar el seguro. Pude ver entonces que detrás de la puerta se escondía una mujer. Más bien una chica, quizá tuviese unos años más que yo, pues no parecía tener más de 25 o menos de 20 años, vestida como enfermera, con un pañal como el que Tomás traía puesto en una mano y una botella de leche en la otra.  Luego de eso, mis recuerdos son difusos.


Continuará… pronto. 

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